Los lápices de grafito son los lápices de todo la vida, los amarillos y negros con un espacio en blanco para personalizarlos, esos que nos han acompañado desde que aprendimos a escribir. Son el tipo de lápices más comunes, como los lápices Alpino, los lápices Stabilo o los Lyra.
Normalmente los lápices de grafito son triangulares, con un diseño ergonómico y cómodo, con hendiduras en todo el cuerpo, estratégicamente ubicadas, que permiten una óptima sujeción del lápiz, lo que facilita la escritura.
Los lápices de grafito suelen tener una mina de máximo 3,15 milímetros, y casi todas las marcas fabrican ya lápices especiales para zurdos y especiales para diestros, que además cumplen los certificados PEFC y FSC, y la normativa EN-71.
También están empezando a comercializarse los ecolápices de grafito, como los de Faber-Castell, que tienen el cuerpo recubierto de barniz a base de agua (respetuoso con el medio ambiente) y un grip con agarre suave a base de puntos de realce.
Los lápices de grafito están siendo sustituidos, cada vez más, por los portaminas, que son instrumentos de escritura que constan de un pequeño depósito de minas conectado con el orificio de la punta de forma mecánica. Así, cuando apretamos la parte superior del portaminas (normalmente coronada con una goma de borrar), impulsamos la mina hacia el orificio y podemos regular la longitud de la mina con la que queremos escribir.
Los portaminas también suelen ser triangulares, como los lápices de grafito, y son fácil de sujetar y manejar. Suelen tener una longitud de 15 cm y minas de entre 0,7 y 1,2 milímetros, que evitan roturas.
Por lo general, los portaminas tienen el cuerpo translúcido para saber cuántas minas nos quedan en el interior, y la empuñadura suele ser de caucho.